Texto: Elena Rosillo
La idea de unir el rock tuareg de Bombino con la abrasiva psicodelia de Desert Mountain Tribe como banda telonera resultó en una suerte de recreación de la libertad nómada esta noche, en el Teatro Lara de Madrid.
Los londinenses abrían con una montaña rusa que se debatía entre el rock stoner, la música progresiva y los mantras propios de la psicodelia en un escenario que se les quedaba pequeño, pese a su estatismo. Jonty Balls, a la guitarra y voz, se mantenía estoico a través de la peregrinación de su último álbum de estudio, «Om Parvat Mystery» (Metropolis Records, 2018); mientras, Philipp Jahn al bajo y Frank van der Ploeg, a la batería, ejercían de báscula para la energía que parecía desbordarse a cada momento. Los Desert Mountain Tribe subían, bajaban, se mantenían y estallaban sin transiciones ni preliminares. El golpeteo en el pecho de su rock directo y electrizante iba calentando poco a poco a la audiencia, preparando el desierto caluroso e hipnótico al que la congregación de Bombino accedería a continuación.
Decía Bombino durante la grabación de su reciente SON Records que, para él, el desierto significaba libertad. Se mostraba, así, confuso ante las costumbres europeas que te marcan cuándo empezar, cuándo terminar, o cuánto tiempo tocar. En el desierto, uno comienza los conciertos cuando le late, termina cuando la música lo pide, y el único límite no lo marcan los decibelios de una legislación concreta, sino los propios oídos del público (porque, en el desierto, la música no molesta a nadie, pues no hay nadie a quien molestar).
Si con Desert Mountain Tribe accedemos a un desierto tormentoso y abrasivo, con Bombino llegábamos a un particular oasis, a la Shangrilá de estos tuaregs que disfrutaban de cada segundo en el escenario, transmitiendo esta soltura a un público enfebrecido que no cesaba en su intento de conseguir más y más de estos nómadas. Bombino pedía palmas, y la audiencia del Teatro Lara de Madrid se las regalaba, así como sus bailes, sus coros, su energía. El mismo público parecía protagonista.
Mientras, el tuareg Illias Mohammed a la guitarra y voz, el estadounidense Corey Wilhelm a la batería y percusiones y el mauritano (establecido en Bélgica) Youba Dia al bajo hacían magia ante sus mismos ojos, convirtiendo los gemidos africanos del charles de la batería al lenguaje blues de la guitarra gracias a la traducción musical del bajo – verdadero protagonista de toda la actuación- .
El público pidió más y más durante casi quince minutos después de la salida de los tuaregs del escenario. Los acordes de su último álbum, «Deran» (Partisan Records, 2018) no parecían ser suficientes. Pero Madrid no es el Sáhara, y los teatros guardan sus horarios. Madrid se quedaba con más ganas de Bombino, de sus bailes, de su fuego, de ese hogar desértico que, aquella noche, se olía, palpaba y casi se masticaba en Madrid. «No olvides aquellos árboles verdes / en nuestros valles del Sahara / a la sombra de los cuales / descansan las hermosas chicas / siempre radiantes y adorables.”