Explicaba Luis Brea en sus más recientes entrevistas que “Y el miedo” era una cuestión infantil. El psicólogo y músico decía que los niños temen la oscuridad, quedarse solos, dar el paso que lo cambie todo. Él, que nunca abandonó la edad de la ingenuidad, la risa y el sentimiento puro, -pese a la fea costumbre de envejecer que impone la vida-, que se autodefine como “un Peter Pan”,nos dibuja con tizas en la pizarra este espinoso asunto mientras le canta, con esas letras que ya le han valido el título de “segundo mejor compositor del indie” (por detrás del Sr. Chinarro), a la emoción. No en vano, esa coletilla suya de “ay, me estoy emocionando” no le abandonó durante toda la noche que hizo vibrar las centenarias paredes del Teatro Lara.
No estaba solo. Le acompañaban en el lance de enfrentarse a una multitudinaria y fiel audiencia – que no fácil, pues suele ser ésta la más exigente-, los ya habituales Jorge Matí (guitarra y sintes), Lázaro Fernández (batería) y Nacho Mora (bajo y coros); además de dos visitas sorpresa que se venían anunciando desde los primeros minutos de concierto. Antes, eso sí, nos advertía: “nosotros cuatro nos ocupamos de todo”. Siguiendo el orden marcado por “Luis Brea y el miedo” (autoeditado, 2015), “El verano del incendio” precedía a “Parchís”, y todo parecía normal. El público le daba los coros a la menor oportunidad, los móviles grabando el acontecimiento se levantaban al unísono, algún espontáneo se levantaba para increpar requiebros a Luis. “Discotecas” y “Resurrección” recibían una calurosísima acogida, pese a tratarse de temas incluidos en un último LP (venía el respetable con los deberes hechos). Con “Baso se escribe con V”, interpretado desenchufado y al borde del escenario del Teatro Lara, el madrileño respondía con sinceridad y cariño al ímpetu de la audiencia. Pero fue tras “Mil razones” cuando el concierto dio un vuelco esperado hacia ese pseudo-punk del que Brea siempre hace gala, aunque no se le note.
“Hoy ha venido a cantar un hada”, anunciaba el madrileño. Como respuesta, Zahara se lanzaba a interpretar con él su “Hada roja”, transformando esos “dramas del primer mundo” a los que canta Brea en una suave ternura pop. No acababan las sorpresas, ni la energía del psicólogo y compositor, pese a sus muchas referencias a aquel gimnasio al que se negó a ir en su día. “La cuenta atrás” con la que regresaba a “Hipotenusa” (Marxophone, 2014) se sucedía entre un baño de masas, con Luis entre el público, saludando a conocidos y desconocidos, bailando y dejándose querer. Decía el de las gafas y la gorra de béisbol que se acababa ahí el concierto, pero solo se encontró la cortesía que se le ofrece a las mentiras piadosas. Los bises llegaron con el clásico de Brea, “Dicen por ahí”, single indiscutible y atemporal, con parafraseo a Julio Iglesias incluido. Luis Rodríguez, de León Benavente, se unía a la comitiva con “Automaticamente”, y poco después lo hacía de nuevo Zahara, improvisando bailes sesenteros con Luis sobre el escenario del Teatro Lara.
Como punto y final, ante la exigencia de los asistentes, todavía se dejaba ver Luis Brea y el Miedo una vez más para versionar el tema “que Macaulay Culkin hizo famoso”, el archiconocido “My Girl” de The Temptations, que acabó coreando, por orden del madrileño, todo el respetable. Caía el telón sobre el cinismo y la ilusión de una generación condenada al hedonismo, pero no sobre el miedo a perder a un compositor tan fuera de lo común como Luis Brea.