Si eres un compositor excelente, un poeta contemporáneo y cercano, un cantante estupendo y te rodeas de una banda excepcional… entonces has creado algo grande. Y eso es lo que ha logrado Jero Romero con su segundo álbum en solitario.
La banda llegaba a la Sala Capitol para presentar “La Grieta”, el segundo trabajo de un Jero Romero convencido de que sumar talentos nunca puede restar, y que tras su debut con “Cabeza de León” decidió dar un giro a su carrera como solista sumando a su proyecto una banda excepcional.
Entrar en “La Grieta” fue un salto de fe para una Capitol casi llena. La banda arrancó con fuerza, y eso que sus compañeros de fatigas, Smile, se vieron obligados a cancelar su participación por afonía del cantante, que apesadumbrado se dirigió al respetable para pedir disculpas. El público respondió con ovaciones y Jero Romero con compañerismo, dedicándoles un concierto que se transformó en un recorrido completo por la aún escasa pero absolutamente magnífica discografía del artista.
Hubo tiempo para el romanticismo, la sensualidad, la fuerza desgarradora, el amor, el odio y sobre todo, para la pasión que mueven las letras de un artista que compone poemas sonoros de una belleza inusual.
Casi dos horas de directo imparable que echan por tierra la creencia, antigua y falsa, de que un hombre con un guitarra y temas intimistas no puede ser sinónimo de conciertazo. Lo fueron estos chicos, con una instrumentación completamente fuera de serie que acompañaba la voz de un Jero Romero entregado, sudando a mares y divirtiéndose como un niño sobre las tablas. Y, en ocasiones, haciendo de trampolín a otra dimensión, con intros hipnóticas y cierres de temas cargados de distorsión y eclecticismo.
Y mientras el público coreaba las canciones con fervor, convirtiendo en himnos temas como “El Ventanal”, “Fue Hoy” o “El Mejor”, y pidiendo a gritos los bises. Tanto, que la banda no pudo ni hacer el amago de bajar del escenario.
Dos tandas de bises que elevaron a casi dos horas la duración de un concierto espectacular, convincente, lleno de fuerza y casi de rabia, uno de esos bolos que salen de las tripas y el corazón más que de la garganta y que hacen presagiar un despegue inminente de un artista singular, capaz de converger en lo tierno y lo potente al mismo tiempo.