Sonaban los primeros acordes de “Im Gonna Make You Love Me” y parecía que todo estaba orquestado para que saliera a la perfección. No ya por unos The Jayhawks que se manejan en el escenario con la improvisación guionizada de The Band en «The Last Waltz», la cosa venía más bien dada por parte de las caras conocidas que acudía una vez más a la llamada, un público lleno de habituales que, durante más de una década, llevan firmando un pacto con la banda de Minnesota. Lleno absoluto en TClub correspondido con un despliegue en directo que debería estar en los manuales rock.
Aparecía Gary Louris con el aspecto rejuvenecido del que se mantiene fiel a su estilo. Pelo enmarañado sujeto por las gafas que nunca abandona y con el aura de estrella común que vuelve a relucir. La última vez que Madrid le vio venía acompañando protagonismo y dirección con Mark Olson. Todo era más folk y el foco había que compartirlo. Como en el ‘95, Olson volvió a abandonar la nave tras intentarlo con “Mockingbird Time” (2011) y Louris asumió los mandos. Pero esta vez con experiencia. Porque anoche se le veía tan joven como las canciones que rescataron, recogidas en la bonita etapa que recorrió con The Jayhawks en “Sound of Lies” (1997), “Smile” (2000) y “Rainy Day Music” (2003) pero con la entereza y madurez que indica su pasaporte.
Con “Big Star”, Louris se agigantó a base de guitarrazos y melosa voz. Adelantó su posición hacia el filo del escenario con pasividad en el gesto mientras sus dedos se movían veloces. El oficio de amar la música. Ba-ba-ba-ba-ba. Hizo su aparición la pegada de “Somewhere In Ohio” para terminar de encarrilar la noche mientras las cabezas de mediana edad recuperaban las sensaciones de una juventud que siempre vuelve con aquellas canciones. En un concierto en el que se dedicaron a recuperar aquella etapa en la que tuvieron que volver a empezar, también hubo tiempo para “I’d Run Away” o “Ain’t No End”. Uno siempre debe recordar sus orígenes por lejanos que sean.
Y todo el teatro madrileño se convirtió en el salón del rock en el que The Jayhawks asumen de nuevo su rol sin Olson, un precioso mapa de guerra en la que los estadounidenses ya planean un nuevo trabajo para comienzos de un 2016 que seguro les volverá a traer por aquí. Porque el pacto firmado con miradas ante su público volvió a rubricarse. Hasta entonces quedará en el recuerdo la noche en la que brindaron otro de sus grandes directos.