Texto: Bruno Corrales
Desde un conocimiento profundo del folclore andaluz y de las corrientes más vanguardistas, Niño de Elche se ha convertido en un agente dinamizador o, mejor dicho, dinamitador, de la cultura y de los cánones establecidos. Para él no hay nada sagrado, y tras superar cierto estado de perplejidad comprendemos que esa es la única manera de avanzar, de no estancarnos en creencias caducas y de disfrutar del arte en toda su extensión y complejidad.
No se trata de posicionarse en contra del flamenco, ni mucho menos, pues todo gira alrededor de él elevándolo al lugar que merece. Del mismo modo, el valor didáctico de una noche como la de ayer es enorme para un público más o menos entendido o más o menos profano. No importa realmente. ¡Niño de Elche tiene para todos!
La expectación era tremenda y a eso de las 20.30 h. atravesar la Gran Vía frente al Teatro Lope de Vega no era tarea fácil. Una entrada coronada con un enorme cartel luminoso anunciaba la inminente actuación del protagonista de la velada, entre selva y leones, y las puertas no tardaban en abrirse para que el respetable se fuese situando. Antes, muchos de ellos pasaron por el puesto de merchandising para llevarse una copia de esa “Antología del cante flamenco heterodoxo”, una verdadera locura discográfica lanzada por Sony en triple vinilo.
El contenido, por supuesto, no desmerece. Niño de Elche nos regala un recorrido inmenso y ambicioso a través del género desde un punto de vista voraz y desprejuiciado. Entre que pensábamos en qué planes cancelar durante esta semana para dar tiempo a la escucha del disco, en el escenario las luces se apagaban y Francisco saltaba al escenario aún por cambiarse. Presumido, a continuación se hacía vestir de elegante traje por sus músicos, los increíbles Raúl Cantizano, guitarra y percusión; y Susana Hernández, teclados y diversos e infinitos ruidos. La barrera entre concierto y performance sería invisible a partir de ese momento, pero ese es el acuerdo al que llegamos con los verdaderos artistas.
Otro, ya estrictamente con él, es dejar en la puerta todo cariño a la tradición mal entendida, como la que dice que el flamenco es patrimonio andaluz y que así debe seguir siendo. El concierto arrancaba con “La farruca de Juli Vallmitjana”, abogando en catalan por la no nacionalización del estilo. En adelante, y con introducciones en las que explicaba con gracia sus intenciones, revolotearían por el escenario Paul Lafargue, Tim Buckley o Lola Flores, a la que pediría prestada “La bomba gitana” para descolocarnos definitivamente. Y es que hay espacio para todas, que bien podría decir nuestro anfitrión.
Aunque es complicado destacar unas partes sobre otras, bien vale pararse en “El tango de Menegilda”, un retrato de la picaresca de la España profunda, y que según Niño de Elche, si la hubiera compuesto Kurt Vile apasionaría a modernos como él. Y cuando la noche parecía llegar a su fin, el trío volvía al escenario. “Vamos a hacer esta cosa que llaman bises”, y ambos 3 daban un paso hacia adelante y se enredaban el cable del micro para presentar, sin más instrumentos que sus propios cuerpos y voces, “Caracoles y malagueñas, granaina y cartagenera de Valcárcel Medina”. Noche de irreverencia, descubrimiento y color.