Texto: Pablo Luque
Es posible que la electrónica, como toda la instrumental, tenga un componente subjetivo posiblemente mayor que la música más convencional, y este también es un factor muy presente en los conciertos: no hay letras en las que verse reflejado o que cantar al unísono, los pasajes son mucho más intricados y a menudo todo el concierto es una concatenación de temas sin parada. Frente a la experiencia “habitual”, un concierto de electrónica, especialmente lo que Nathan Fake consiguió anoche, pareció más bien un gran momento de trance colectivo en el que se produce una comunión entre el público que no se da en otros espectáculos musicales.
La madrileña sala Shoko acogió este nuevo concierto del ciclo 100%Psych, siendo esta vez turno de sonidos experimentales de carácter digital. El tándem patrio de Huma/Drömnu, afincado en Barcelona, fue el encargado de abrir la noche; Huma realizó una descarga sobrecogedora de sonidos con ramalazos industriales y metálicos que eran acompañados por las proyecciones de Drömnu. Los visuales de este último, siempre en tonos rojizos y llenos de matices, daban al espectáculo un carácter apocalíptico, creando una experiencia muy interesante que se hizo corta.
El público se agolpaba frente al escenario, expectante ante la llegada de Nathan Fake. El de Norfolk salió y de inmediato convirtió la abarrotada sala Shoko en una nave espacial. Un viaje de una hora, una experiencia en la que todo parecía ir a máxima velocidad por lugares desconocidos. Una montaña rusa de sintetizadores, en la que había partes más elevadas y otras más calmadas, pasó por algunos de los temas del nuevo disco “Providence”, como la orgánica “DEGREELESSNESS”, que el público acogió con entusiasmo.
Pero este tránsito sonoro por el que Nathan Fake condujo a los asistentes estaba apoyado por unas proyecciones que daban más profundidad a todo lo que el inglés tocaba. Formas geométricas inspiradas en la paleta de colores del arte de su nuevo trabajo, algunas referencias bucólicas, otras laberínticas o cascadas multicolor que iban apoyando y cambiando según los pasajes fueran más oscuros o más luminosos.
La nave aterrizó tras sesenta minutos de viaje y los pasajeros bajaron del aparato, todavía extasiados por los ritmos imposibles y los sonidos abrasivos de este genio británico, científico de la electrónica calculada y piloto interestelar.