Josele Santiago sube al escenario en su versión más desnuda. Guitarra en mano y sobre un taburete, acompañado solo por su voz, por el talento de David Krahe y por las más de 200 personas que han decidido acompañarle esta noche. El poeta menos estandarizado del panorama musical español llega a Le Club decidido a dejarse la piel en el intento, a arrancar sonrisas cómplices mientras desnuda el alma.
«Euforia» sirve de arranque para presentar a quien en esta vuelta le acompaña sobre las tablas: David Krahe. «Vamos a hacer un concierto de folk, que para eso somos dos tíos con dos guitarras«, bromea Santiago «aunque yo te he traído en realidad porque sé que estás pasando una época mala«.
«Vamos a arrancar con una canción que se llama «Pensando… No se llega a ná«», anuncia el timbre grave y quebrado de Josele. Y su voz y su ironía se funden con las cuerdas de David.
«El Lobo» sirve para que la sala comience a corear. El «enemigo» ha conseguido que sus temas, a caballo entre la denuncia y el intimismo más descarnado sirvan para convertir en amigos a todos los presentes y poner así banda sonora a los sentimientos y las amargas -a veces- sensaciones de dos generaciones de melómanos, que ahora cantan «más tristes son ustedes rodeados de paredes» a voz en grito, Estrella en mano.
«Están pasando cosas que solo yo puedo ver«, susurra con su voz rasgada Josele, y «Fractales» se materializa en forma de sala entregada mientras las dos guitarras dan forma a una magnitud diferente de la música. Sin banda el sonido crece, aunque parezca raro.
«Esta canción la escribí en un vuelo, iba al entierro de mi abuela Matilde«, explica Josele mientras se arranca con «Vuelo de Volar». Es el momento de las confesiones y el striptease sentimental empieza a convertirse en un integral entre acorde y acorde. «Esta canción se llama «Sin Dolor«, y aviso, lleva palabras chungas, por ejemplo gimnasio«, bromea Josele mientras el público le sigue la broma… Porque si un don tiene Josele es el de hacer sonreír en el dolor, con sus dobles sentidos y su capacidad de convertir la miseria humana en grandeza poética a base de ningunearla.
Con «Mar de fondo«, que, confiesa Josele «encontré en los ojillos de un perro atado a la puerta de un bar» arranca el ecuador del concierto. Dos guitarras y una voz desgarrada capaz de hacer cambiar estados de ánimo sin más intención. Es un formato que desarma al artista y al tiempo le hace poderoso, dándole una nueva dimensión a él mismo y otra a sus propios temas, que cobran nueva entidad tan ausentes de artificio, tal y como fueron compuestos y pensados.
«Esta canción está escrita en Bueu, en un astillero lleno de barcos descascarillaos«, y el dueto rasga de nuevo las cuerdas. Del mar al interior con «Baila el viento«, el directo continúa su marcha mientras las primeras filas se debaten entre el silencio reverencial y el coro inevitable.
Casi tanto como los clásicos. «Desde el jergón» logra que toda la sala deje de lado sus conversaciones, sus cervezas, sus amigos… Todo el mundo corea el tema al unísono y se rompe el ritmo pausado que el directo ha llevado hasta ahora.
«Como esta es una canción de amor voy a ver si afino» dice mientras suenan los primeros acordes de «Cachorrilla«. Se ha rendido el respetable. El crescendo del directo ha logrado convencer a los más reticentes, atrincherados en la barra. Los aplausos se magnifican y ya ninguna conversación intenta imponerse al concierto.
La recta final se acerca con «Hagan Juego«. Y por mucho que algunos de los entregados fieles griten «noooo» Josele anuncia que los minutos están contados.
El dúo se despide entre los gritos del respetable «otra, otra«, y las palmas reivindicativas que reclaman más. Y reaparecen desde el fondo del local, haciéndose paso entre el público que les reclama, para poner una guinda al concierto.
Enganchan los bises anunciando «una versión de los teleñecos» mientras las guitarras empiezan a puntear los acordes de «Ser Verde«.
Los primeros acordes de «Olé Papa» desatan una pequeña locura entre el público, que ensordece las guitarras y hasta la voz de Santiago, que se diluye entre un improvisado coro de centenares de espontáneos.
Los aplausos llenan ya Le Club. El directo se cierra con la sala rendida y los artistas reverenciados. Un concierto capaz de convencer a los escépticos que bien merece una revisión de un artista capaz de encumbrar las debilidades humanas al Olimpo de los temas inmortales.