Bajando a El Sótano el escenario estaba ocupado con infinidad de focos, instrumentos y dos baterías. Bombos y platos que dejaban apenas centímetros de espacio emulando a un bodegón rococó del ruido. Dos baterías que no estaban allí para florituras ni lucir en el escenario. Tocaban los británicos Gnod, que llegaban a la sala madrileña para presentar “Mirror” (2016, Rocket Recordings), su último trabajo, y como uno de los grandes nombres que componen el ciclo 100 % Psych que ayer tenía su segunda fecha tras el estreno con Melange a principios de mes.
Gnod es una y mil bandas. También es un animal que juega a metamorfosear. Y una niebla de desasosiego. Gnod es cada vez algo distinto y lo que mejor les define tal vez sea el término “colectivo”. Salidos de Salford, Manchester, sus miembros son tan cambiantes (ha tenido una treintena) como su música. La banda de mil caras que se ríe de las tendencias y para la que los géneros no están regidos por las modas. Aspecto punk, mirada de Alice Cooper y espíritu libre con el que recorrieron durante una hora un viaje en busca de un sonido que sobrecogió la sala madrileña.
Se podía dudar de la cara que presentasen Gnod, no de que lo que iba a suceder allí iba a quedar para el recuerdo. Los periplos en directo de la banda la han curtido, convirtiéndola en una máquina compleja pero penetrante, una mirada, un gesto entre sus componentes bastaba para dar un nuevo vuelco a cada canción. De todas las caras que podían llevar los norteños al escenario llevaron la más cruda, siniestra y menos complaciente de las que pueden tener. La responsabilidad era de “Mirror”, ese último disco que apenas tiene 15 días de vida y que grabaron de un modo casi intuitivo, furtivamente y con el que reflejaron un estado de ánimo: el de unos outsiders muy cabreados con lo que pasa en su casa. “Un destello de ira”, como ha confesado la propia banda en alguna ocasión.
Si no estuviésemos en 2016 y sí en 2015, Gnod hubiesen pisado el 100% Psych de un modo completamente distinto. Sonaría electrónica industrial, el chillido de un saxo abrazando loops tibetanos y hasta spoken word. Así eran en 2015 y así es “Infinity Machines”, su anterior y también brillante álbum. En cambio, “Mirror” ha querido sonar bruto, entre el doom metal y el drone más agresivo, como los Swans más oscuros y agresivos, como los mejores Killing Joke.
Las luces atravesaban al público mientras una arrebatadora violencia sonora ascendía de forma urgente. Ahí estaba la banda en forma de sexteto con caras que pasaban la concentración para asumir un estado mental mayor.
Un grito desesperado de más de una hora. Guitarras martilleantes, acuchilladoras, sangrantes, incómodas. Cientos de tambores perpetrando una marcha siniestra, reveses de tempo, profundidad cósmica. Un bajo adormecido y rotundo. Un concierto que no venía a ser fácil, no apto para oídos complacientes. Un directo dispuesto a vomitas vísceras, a bordear la locura, a conducir al público por un paraje tenebroso; algo que los allí congregados asumieron con decisión. Porque pocas que deciden apostar por un sonido como el de “Mirror” pueden llevarlo al escenario y salir fortalecidos con ello. La atmósfera rígida e industrial pero también elástica del álbum podría convertirse en directo en una lenta agonía. Por el contrario el experimento fue fulgurante, adictivo al taladrear del ritmo, complaciente con la desesperación que transmite.
Gnod aturdieron hasta que se les oyó en la sierra y también en Aranjuez. Y mientras aún pitan los sonidos y las calles y el olor a primavera son ahora un poco más siniestros, sólo queda preguntarse qué nueva cara presentarán Gnod en su próxima visita.