“Tonight We invade Madrid”, publicaban Nordic Giants en su muro de Facebook horas antes de actuar en la capital. El mensaje podría sonar altivo para una banda a la que se le puede considerar grandilocuente a la hora de bautizarse pero que, sin embargo, no hubo nada en su directo que invitase a pensar que exageraban. La dupla británica no sólo invadió la capital; arrasó. Y lo hizo desde la Sala El Sol, bajo la niebla y oscuridad que pasadas las 22:30 de la noche poblaban un escenario que ha visto muchas cosas sus 37 años de historia pero complicado que alguna se pareciese a la de ayer.
Fueron Pink Floyd desde sus inicios como banda los que se obsesionaron por convertir los directos en una experiencia total en la que la figura del músico no fuese el centro de atención. Comenzaron con líquidos y lámparas y acabaron creando «The Wall». Alice Cooper entendió que el concierto debía ser un show, vestirlo de teatralidad y sentimientos contrastados. En algún lugar de ambos extremos se encuentran Nordic Giants, centrando su directo en proyecciones pero a la vez rodeando sus figuras de misticismo en forma de plumas y aura legendaria.
En un estilo como el post rock en el que el mensaje que transmite es complicado de descifrar por su forma puramente instrumental, el dúo inglés ha sabido fabricarlo mediante un espectáculo en el que el sonido se alía con lo visual, que es lo que marca el ritmo de su directo y con lo que consiguieron transformar a la propia El Sol en una experiencia en sí misma; una nave de premoniciones apocalípticas en la que los asistentes pudieron ser testigos de excepción. El desempleo, la desigualdad, la sobreexplotación de los recursos, el colapso de la sociedad actual. El mundo se va acabar y Nordic Giants se propusieron contarlo tanto en su último trabajo, “A Séance of Dark Delusions”, como en Madrid. Y lo hicieron de una forma brillante. La verdad nunca sonó tan desesperada y a la vez preciosa como lo hizo ayer.
Una familia pasa el fin de semana en un curso de buceo junto a un pantano. Bromean, se divierten mientras se adaptan a sus trajes de neopreno y agarran las bombonas de oxígeno. De repente, todos los que no tienen bombona comienzan a morir. El aire les está matando. No pueden respirar. A partir de ahí comienza una lucha encarnizada por conseguir seguir respirando. Una auténtica pesadilla proyectada junto a otras tantas sobre las dos pantallas que quieren ser protagonistas del directo. Pero es complicado no desviar la mirada para atender a la maestría que desarrollan los gigantes sobre sus instrumentos. Los teclados y la batería como elementos principales, la guitarra y la trompeta como ayuda para lograr convertir cada pesadilla proyectada en una obra maestra, una terrible oda con banda sonora brillante.
Del post rock más épico a géneros cercanos al metal y de ahí al trip hop con delicadeza y naturalidad, como si todos los estilos fuesen uno. Todo medido, cada acción de la pantalla salpicada por un quiebro sonoro, por una pirueta técnica de calado. Los vídeos combinados en ambas pantallas parecían tan reales como lo que ocurría en el directo, convirtiendo todo el show en algo creíble, en una verdad absoluta. Y todo bajo el anonimato de las máscaras cubiertas por plumas. Como si lo que hacen no importase, como si cualquiera pudiese ocupar su lugar, como si la única intención de Nordic Giants fuese la de contar la verdad, una verdad terrible que vino rodeada de épica y belleza y que será imposible de borrar de la memoria de los asistentes madrileños.