Alfombraba el suelo del Teatro del Arte un pedazo de césped artificial rodeado de cojines multicolores. Dos sillones, un proyector de diapositivas y su consiguiente pantalla. Era la primera de las dos noches que los topos iban a reventar la sala con merecido sold out, premio simbólico a diez años de carrera.
El quinteto catalán aparecía ataviado con los pijamas más variopintos: Miguel Ángel Blanca, guitarra y voz de la formación, con el típico español (batín, gallumbo y camiseta). Alejandro Marzoa, a los teclados y el metalófono, con el típico de señor padre de familia (a cuadros). Rafael de Arcos, a la batería y guitarra acústica, con uno de estilo decimonónico. Sara Fontán, al violín, con uno psicodélico. Eduardo Campos, al bajo, con uno más simplón. Importante era el atuendo en una ocasión como aquella, excusa para reflexionar sobre lo humano y lo divino, sobre el oficio y el beneficio, sobre la madurez y el desencanto. “Ceci n’est pas une pipe”, comentaban los de Barcelona en el comunicado en el que desmentian la paliza que, presuntamente, se había propinado a Miguel Ángel Blanca, y que resultó ser un fake viral. “Ceci n’est pas un concierto”, podrían haber dicho ahora. Durante casi dos horas, los Manos de Topo hicieron de tripas corazón (y risas, muchas risas) para desgranar las alegrías y miserias de los diez años de tablas y giras de una formación que, dicen ellos, se acaba aquí. Aunque… como para fiarse.
Casi como si de una conferencia sobre la liquidez de la modernidad y el amor, los Manos de Topo comenzaban su diatriba filosófica-cómica-musical con las diapositivas de los recuerdos que, de mala manera, borramos sin saber photoshop. Es imposible borrar los recuerdos, esos que atesoramos en el cerebro a pesar de resultar inútiles. “Un cerebro repleto de recuerdos inútiles” continuaba con las imágenes y postales de su gira por México – dedicando “Tragedia en el servicio de señoras” y su “tú ya sabes lo que tienes que hacer” a su manager mexicano -, con la visión de las fiestas más molonas de Barcelona, en las que “aún así, te aburres”, con el inevitable “Maquillarse un antifaz”; y, tras estas, los “caminitos del deseo” que les conducían hasta el piso en el barrio de Gracia que utilizaban de picadero. Pop melancólico y cínico, cómico y poético y, sobre todo, muy indie.
“¿Cómo tocar “Morir de celos” diez años después?” con esta nueva versión del clásico de su primer LP, “Ortopedias bonitas” (Sone, 2007) echaban el resto los Manos de Topo, vaticinando cuál sería la moraleja final de este cuidado cuento experiencial. No podían faltar “Los fantasmas de tus agujeros”. Comenzaba entonces el debate sobre la madurez con el premonitorio cartel de “Queremos un hijo topo” y las fotografías de bebés vestidos con el logo del grupo. ¿Madurar o drogarse? La respuesta es difícil, pero el quinteto catalán se decidía a apostar por lo primero, contando un “secreto” al público: que se separan. Que los topos se acaban. Como ya dijera Heráclito (y L-Kan, y Mercedes Sosa…) todo cambia, y nada permanece. Y aquello que nació como una broma “ya se ha alargado demasiado”. Culminaba la noticia, que casi nadie se creía, con la “canción más triste de Manos de Topo”, “Bragas bandera”. El ejercicio de auto-retrospectiva terminaba entre gritos pidiendo un bis que no llegaba, aplaudiendo hasta hacer doler las manos, con el público en pie.
“Ceci n’est pas un final” es lo que este público querría leer, de seguro, en el próximo comunicado del grupo.