Decía Bertol Bretch que “no hay arte sin consecuencias”. A lo que Edward de Vere en la película “Anonymous” añadía que «todo arte es político, de lo contrario sólo sería decoración, y todo artista tiene algo que decir, de lo contrario haría zapatos”. Niño de Elche resumía la cuestión en la sala El Sol de manera más sencilla, después de dar rienda suelta a las “Voces del Extremo” (Telegrama Cultural, 2015) en un elocuente primer acto y antes de finalizar su concierto con un tercero lleno de valentía: “Esta es la parte que más se asemeja al concepto de cansautor, lo digo por si queréis ir al baño a drogaros”.
“El arte”, ese “arte” que Francisco Contreras lleva en la sangre, el puro, el que nos hace compararle referencialmente de manera inequívoca con Enrique Morente… ese arte no es para el Niño de Elche. Porque el “arte” de Niño de Elche es del que asume las consecuencias, que nos hace visualizar, al igual que lo hacía la camiseta con la que acudía a su concierto en la sala El Sol dentro del ciclo 981 Heritage, a una serie de peones derrocando al rey en una partida de ajedrez que, aquella noche, se libraba en el escenario como espejo de las calles que este cantaor jamás abandonó.
Tras su “Sí, a Miguel Hernández” (autoeditado, 2013), Francisco Contreras decidió llevar su vanguardismo flamenco un paso más allá, recogiendo el testigo del encuentro cultural que desde 1999 se lleva celebrando en Orihuela en crítica a la inercia capitalista, e insertándolo en un LP recopilatorio de los textos de poetas contemporáneos como Antonio Orihuela, Inma Luna, Bernardo Santos o Begoña Abad; poetas todos unidos en la llamada “poesía de la conciencia”.
Textos que transforman el quejio flamenco en un quejido social transmitido a modo de medium en los labios del Niño de Elche, capaz de modular su voz hasta lograr efectos mántricos, arabescos, guturales, acompañados de una experimentación sonora capaz de hacer que en la que la guitarra flamenca portada por Raúl Cantizano aparecieran ventiladores portátiles, y que Darío del Moral (también en Pony Bravo) llegara a tocar su bajo con un arco de violín. “Mercados”, “El comunista”, “Miénteme” eran trasladados de la fusión genérica al directo más sublime acompañados de la entrega total de un público dispuesto a corear, palmear e incluso interactuar con el propio Francisco Contreras con la mayor naturalidad.
“Cántate algo” le gritaba una mujer entre el público. “A eso iba, a eso iba”, le respondía Contreras, armado con poemario y grabadora en mano. “Informe para Costa Rica” continuaba a una canción dedicada al conflicto palestino y seguida de otra dedicada a Beatriz Preciados. “Como aplaudís tanto, pienso que ya estáis borrachos y podemos hacer lo que nos de la gana”, comentaba el Niño de Elche antes de hacer un amago de despedida con la incontestable “Que os follen”. Un final falso, seguido de un bis ante la exigencia del respetable, en el que tanto Niño de Elche como el resto de la banda echaron el resto con “La familia es lo primero”, versión flamenca de una de las letras de Pony Bravo (presentes también en la producción de “Voces del extremo”).
Arte deslenguado, callejero, contestatario y hasta cierto punto, cínico. Como las voces que llegan desde el extremo en el que nadie quiere fijar la vista. Ese es el verdadero arte, el arte de Niño de Elche. El que el ciclo 981 Heritage nos trajo a la sala El Sol, casi como justicia poética (y social).