“Good evening”, decía Julie Campbell al presentarse en El Sol, como si para ella nunca fuese suficientemente de noche. La joven de británica llegaba a Madrid como Lonelady, nombre que siempre le acompaña en su andadura musical y por el que se le conoce como nueva abanderada de post-punk; un sonido que, pese a los años, sigue pareciendo rompedor. El futuro se quedó en los ochenta.
Lonelady visitaba la mítica sala madrileña bajo una nueva jornada del 981 Heritage para presentar su nuevo trabajo, “Hinterland”, su segundo largo y un disco que demuestra que la chica tiene estilo. Mucho estilo. Los ritmos de corte industrial, las pesadas baterías que recuerdan al Stephen Morris de “Unknown Pleasures”, el atropellado ritmo de la guitarra al puro estilo Andy Gill… todo enfocado a un sonido de espasmos, martilleante, agresivo y a la vez tremendamente bailable. Y por si las cartas fueran pocas; la voz de Campbell, una suave y melódica brisa sensual que, en lugar de enfrentarse y caer en lo abrupto del sonido, se une al resto de elementos para formar un concepto que rebusca en la década de los ochenta sin caer en clichés.
Resultaba complicado imaginar a Lonelady llevando al directo su propuesta, toda esa compleja formación de sonidos cortantes y a la vez veloces, toda la belleza de la voz de la de Manchester en contrapunto a lo frenético de su álter ego. Toda duda se disipó en cuanto Campbell agarró su guitarra al subirse al escenario madrileño. Imparable en todo momento, moviendo sus piernas con un nerviosismo que nada tiene que ver a la imagen hierática que muestra en las fotografías promocionales y con un sentido del ritmo fuera de lo común, el proyecto de la británica demostró en apenas unos minutos que ganaba enteros en vivo.
El concierto entraba al poco de su inicio en la medianoche y los ánimos se iban encendiendo gracias a una Julie Campbell dispuesta a dejarlo todo sobre el escenario. Con una voz que rozaba el sobresaliente durante toda la actuación y con un virtuosismo fuera de lo común a la hora de hacer sonar la guitarra, las canciones de “Hinterland” evocando a los paisajes grises y artificiales de la industrial Manchester se iban entremezclando con los de su trabajo debut, “Nerve Up”, que adquirió nuevas texturas al adaptarse al sonido de su sucesor.
El Sol parecía volver a su nacimiento 25 años atrás a base de sintetizadores, el público, ya efervescente tras los preliminares juegos de oscuro synth pop que ofreció el trío Gato Negro y que al poco de aparecer la británica acabó por montar una pista de baile y la propia artista, metida en su papel hasta tal punto de parar solo un par de ocasiones para pegar pequeños tragos de agua, convirtieron la noche del jueves en un homenaje a la década que vio nacer a la sala y uno propio a la música con estilo.