Mdou Moctar, vestido de túnica amarillo mostaza, de mirada profunda, espigado como un Quijote de las dunas y siempre sonriente. Mdou Moctar agarrando su Stratocaster desgastada, decorada con una deteriorada pegatina de Sahara Rocks!, abrazando con los dedos las cuerdas y haciéndolas sonar a los pocos segundos de cruzar el escenario, como si no pudiera reprimir su dependencia a la guitarra. Mdou Moctar haciendo magia durante dos horas.
El Jimi Hendrix que llegó del desierto aterrizaba en la sala El Sol de Madrid para presentar “Akounak Tedalat Taha Tazoughai”, banda sonora editada hace unos meses que ha compuesto y grabado para el film del mismo nombre dirigido por Christopher Kirkley, que busca una revisión tuareg del “Purple Rain” de Prince y para la que también ha ejercido de actor. Moctar es de los que les gusta vivir intensamente, 2015 es su año y quiso dar cuenta de ello dentro de una nueva cita SON Estrella Galicia en la que ofreció un concierto sublime, una joya del directo enterrada a varios metros de la superficie madrileña en la que estuvo acompañado por otro mago de las seis cuerdas; el británico James Blackshaw, que presentó el brillante y barroco sonido de su último trabajo, “Summoning Suns”.
Más allá de la experimentación que Moctar lleva a cabo en sus grabaciones -que le acercan en ocasiones a una psicodelia arcaica-, el concierto que ofreció ayer iba encaminado a su vertiente original, ese blues del desierto, visceral y puro, en el que el rock tiene una nueva vida y todo parece una experiencia original en la que el público visita un estadio de la música que parecía desaparecido: la autenticidad. Acompañado por su joven banda, Mdou Moctar se recreó anoche en esa sencillez tan compleja que solo unos cuantos logran transmitir a la vez que llevaba su guitarra hacia límites tan inexplorados como las dunas que su pueblo ha recorrido durante siglos.
La música de Níger explotaba en el directo. La maestría para desenvolverse por el escenario, acompañado por ese carisma enigmático de sonrisa prominente, lograba encandilar al público sin casi haber despegado. Apenas unos acordes hipnóticos bajo el acompañamiento del batería -que, en un alarde de instinto de supervivencia reparó su hit-hat con cinta aislante- bastaron para que la El Sol se moviese bajo los ritmos marcados por el tuareg hasta pasada la medianoche en uno de los conciertos más excitantes que se recuerdan.