La casualidad y cierta picardía quisieron que Luna volvieran a nacer y que lo hicieran en nuestro país. Pasada una década desde que Dean Wareham pusiese fin al pop galáctico, neoyorkino y visceral de la banda que le sirvió para cerrar las heridas de Galaxie 500, una llamada peninsular provocó que el cuarteto regresase a la carretera; una carretera de nombre España y que ayer ofreció en su parada madrileña en el Teatro Lara dentro del ciclo SON Estrella Galicia un capítulo de nostalgia bien llevada.
Las reuniones de grupos que echaron el cierre tienen un punto peligroso porque el plan siempre funciona mejor que la ejecución. Como las parejas que se dan segunda oportunidad, las cosas nunca vuelven a ser como antes y todo se resquebraja con mayor intensidad. De bandas que vuelven sin química y con demasiadas tiranteces está la Wikipedia llena. Quizá Luna sean distintos hasta en eso.
El cuarteto se mostró pletórico en el directo, conectados como una formación que acaba de grabar su mejor trabajo. Las guitarras de Dane Wareham y Sean Eden jugaban a esa persecución que tan bien se ejemplifica en “California (All The Way)” y que hizo del sonido de Luna un referente en el primer lustro de los noventa. Contaba Wareham la increíble sensación que se siente cuando las canciones antiguas vuelven a recuperar emociones. Un alegato por los sentimientos que quedaron impregnados en aquellos temas que sin duda ayudó a la intensidad con la que Luna se subieron al escenario. También lo hizo las ganas de Madrid. Tales eran que los estadounidenses tuvieron que retocar su gira para repetir noche -el martes 21- en el céntrico Lara.
“Chinatown” fue la elegida para abrir un setlist que repasaba con destreza la gran discografía de Luna. Antes, sin darse importancia, la banda andaba por el escenario preparando sus instrumentos, con un Wareham metido en su apariencia de escritor pop y un Eden que parecía haber caído allí por casualidad. La magia no está en otro lugar que en las canciones y Luna no son de imposturas. También hubiera sido fácil acoplarse a lo evidente y tirar de la trilogía inicial y más reconocida de la banda –”Lunapark” (1992), “Bewitched” (1994) y “Penthouse” (1995)-. Sin embargo, el cuarteto decidió arriesgar, escarbando en todas esas joyas que perduraban en la mente de la platea, agarrada a las butacas dispuestos a viajar por “Bobby Peru”, “Cindy Tastes of The Barbecue” o la intensa “Tiger Lily” en una noche llena de sonidos que no solo han sabido envejecer sino que volvieron con los aires renovados de un grupo que hizo bien en volverlo a intentar.